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LA PALABRA POÉTICA

Como si de un palimpsesto se tratase, en la obra que Antonio Debón nos presenta durante los meses de noviembre y diciembre del presente año en la galería Gastaud & Caillard (París), las palabras dejan ver el fondo, traslucen el problema recurrente de la humanidad a lo largo de más de veinte siglos de historia, producen una superficie vibrante, perceptualmente activa, que cumple aquello que ella misma tiene como referente: los cuadros parecen estar vivos, los diferentes elementos que en ellos se encuentran parecen moverse, acunados en el seno de ese bucle que se traza entre las formas y los significados de las palabras. Ellas, linealmente dispuestas, parecen querer marcar la situación de un planeta que escapa del centro del cuadro, que siempre se descentra para dejar paso al lenguaje, porque es el universo conceptual el que se convierte aquí en eje de la actividad artística.

Igual que la tierra gira sobre sí misma, la obra de A. Debón, palimpsesto de materias y técnicas, se pone en movimiento hacia el concepto, hace que el arte se pliegue sobre sí mismo y de este modo se muestre como un lugar desde el que generar el espacio profundo de la reflexión, un elemento con un relieve propio que invita a iniciar el viaje de la mirada. Pero, la Tierra también se traslada: plantea tras las líneas de palabras que, como órbitas elípticas, circulan por una superficie plástica llena de paisajes imaginarios, a veces oníricos o casi surrealistas, plena de materia cósmica en la que descubrir ese lugar oscuro del misterio, ese sitio que ocupa el que por un momento se da cuenta de lo inabarcable que resulta el significado de una simple palabra: “vida”.

Por ello, y a pesar de tratar una temática destacadamente ecológica, la obra de Antonio Debón es más que una denuncia, una invitación a la reflexión, a ver lo subyacente, una incitación a suponer una forma secreta bajo la superficie del cuadro, a imaginar la orografía del espacio cósmico en medio del uso pseudobarroco de elementos, materiales y técnicas, que dan un resultado simple, sólo en apariencia, porque lo sencillo no implica carencia de contenido, sino por el contrario, plenitud de significado.

Frente a nuestro universo ya lleno de satélites, cosmos en el que la comunicación se ha trocado en acumulación de información, siempre a la búsqueda del reducido e inmenso espacio del microchip, frente a ese complicado laberinto de aceleradores de partículas, siempre indagando una teoría del campo unificado, frente a la multiplicación de lenguajes que todo ello comporta, Antonio Debón nos propone una única palabra tras la que posiblemente se encuentran las infinitas preocupaciones del hombre: “vida”. Un único término contiene todo el universo, un universo en el que descubrir la materia oscura, ese espacio interestelar que podemos recorrer en su microcosmos plástico, una sola la palabra, una sintaxis cósmica, sin oración posible, nos invita a anotar toda la literatura de sus juegos verbales, una palabra poética eterna que designa un único elemento común, un lugar exclusivo para todos: La Tierra.

Desde aquí, parece posible dejar de creer en la cronología, en la secuencia de los tiempos, confiando en que cualquier fragmento fortuito contiene la totalidad, considerando la conversión de la propia Tierra en su símbolo. Así, en una especie de travesura elíptica “la omisión de la frase, el significado lingüístico es un punto, como lo es la Tierra en el inmenso universo” A. Debón convierte sus obras en una especie de adivinanzas, en interrogaciones que nos invitan al planteamiento de un problema. Cada cuadro es una fracción que contiene todo el metro del universo en una triste ionización de las teorías que tantos descifradores proponen para leer nuestro planeta. Aquí, basta un concepto como reivindicación ecológica, reivindicación, por otra parte, que A. Debón no deja de reiterar, igual que se ha repetido a lo largo de la historia y en cada uno de nosotros, esa preocupación por lo universal.

Globos terráqueos, mapamundi, diseño de una geografía que abarca la totalidad de la superficie que podemos recorrer, cartografías de colores en las que las fronteras son desdibujadas por el barniz, por las palabras (“vida”), en las que las líneas de separación culturales se deshacen con la búsqueda de un principio biológico más fundamental (“vida”), obras como puertas hacia la pérdida de gravedad, como en un recorrido espacial, en el que podemos ver que la propia Tierra bulle (“vida”), de nuevo (“vida”).

Manchas negras, geografías clasificadoras, espacios cósmicos, planetarios e interestelares: todo puede estar fijo en un punto que se repite incansablemente. Por ello, en los cuadros que A. Debón nos presenta en esta exposición todo parece accesible, pero al mismo tiempo, todo parece estar rodeado por las por la advertencia de un peligro, porque en sus pequeños planetas reiterados se nos escapa el propio bullicio de los días y de las noches, el misterio que se esconde en el referente conceptual. El arte aquí trueca el carácter alucinatorio de la división de nuestro planeta por la absoluta realidad, porque después de todo éste viene a consistir en una creación de universos imaginados con referencias a algo que nos resulta cuando menos, conocido.

Con todo, A. Debón concreta una nueva manera de plantear un problema, una forma distinta de hacernos reflexionar sobre un hecho absolutamente simple y complicado a la vez, un método diferente de recoger desde diversos materiales y técnicas que alcanzan una unidad estructural, una misma preocupación universal que todos podemos captar inmediatamente de nuestras circunstancias particulares de raza, sexo nacionalidad o cultura. No se trata aquí de ofrecer soluciones, sino simplemente de hacernos cuestionar las condiciones de nuestro propio hábitat, el puesto del hombre en el cosmos.

La tierra, es el lugar tan inmenso, se presenta infinitamente desvalido. La tierra, que nos mira desafiante, nos esperanza, con ilusión y nostalgia, parece invitarnos a tener un fino puente de palabras para acercarnos a ella, a ese planeta tan ruinoso ahora como monumental. Tal vez, sólo nos quede construir una casa del tamaño del mundo, no querer aceptar el orden convencional de una realidad condicionada por las leyes, ser el eco de la palabra poética del universo plástico de A. Debón.

                                       

Marina Pastor